"Mi ardor pertenece más al orden de los
muertos y al de los seres no nacidos. Mi arte carece sin duda del estilo
apasionado de lo humano. No amo con un corazón terrestre a los animales y al
conjunto de los seres. No me inclino, en absoluto, hacia ellos; ni los elevo a
mi altura. Más bien me fundo, primero, en la totalidad; y me encuentro luego a
un nivel fraternal respecto al prójimo, respecto a toda vecindad terrestre. Lo
terrestre cede en íi al pensamiento cósmico. Mi amor es lejano y religioso.
Toda tendencia faustiana me es ajena. Ocupo un
punto apartado y original de la creación, a partir del cual presupongo fórmulas
inherentes al hombre, al animal, al vegetal, al mineral y a los elementos, al
conjunto de las fuerzas cíclicas. Millares de cuestiones cesan, como si
estuvieran resueltas. Aquí, ni doctrina ni herejía. Las posibilidades son
infinitas; y la fe en ellas vive, en mí, creadora.
¿Emana calor de mí? ¿Frío? No se trata de eso
allí, más allá de la incandescencia. Y como la mayoría no podría llegar a ello,
son raros los que pueden ser conmovidos. Ninguna sensualidad, por noble que
sea, me permite establecer un contacto con una gran mayoría. El hombre, en mi
obra, no representa a la especie, sino un punto cósmico. Mi mirada lleva
demasiado lejos y casi siempre a través de las cosas más bellas. “No es capaz
de ver ni siquiera las cosas más bellas”, se dice a menudo de mí.
El arte es un símbolo de la creación. Dios no se
preocupó de las fases fortuitamente actuales."
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