Padre
de la flecha es el pensamiento: ¿cómo extender mi extensión hacia allá abajo,
del otro lado de ese río, de ese lago, de esa montaña?
La
contradicción entre nuestra impotencia física y nuestra facultad de abrazar a
voluntad, a través del pensamiento, los dominios terrestre y supra-terrestre es
el origen mismo de lo trágico humano. Esta antinomia de potencia e impotencia
es el desgarro de la condición humana. Ni alado ni cautivo, ese es el hombre.
La
idea como mediación entre la tierra y el universo. Cuanto más grande el viaje,
más intenso lo trágico. ¡Tener que devenir movimiento y no serlo ya! Lo trágico
está presente, pues, de entrada. La consecuencia: ¿cómo va a venecer la flecha
resistencias y fricciones? ¡No alcanzar jamás el reino del movimiento perpetuo!
Conciencia de que allí donde hay un comienzo jamás se halla lo infinito.
Consuelo:
¡un poco más lejos que lo habitual!, ¿es posible?
Dénse
alas, o flechas, a fin de ganar el gran mar, aun si pierden el aliento sin
poder ganarlo.
Paul
Klee: Teoría del arte moderno. Cactus, serie perenne, 2008.
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